“Sali de mi país por ayuda humanitaria, salí porque necesitaba vivir, salí por miedo a mi vida, por miedo a mi integridad”, son las palabras de Katherynne al recordar los motivos que la obligaron a separarse de su familia y abandonar todo lo que conocía.
En Venezuela, ella estudiaba la universidad cuando asistía a las protestas pacíficas en contra del gobierno.
Entonces recibió ataques con gases lacrimógenos por parte de las autoridades. Este constante hostigamiento y amenazas ha obligado a cientos de miles de personas a salir de su país. Así fue el caso de Katherynne, ya que cuando su familia se enteró del peligro que corría, lo primero que pensaron fue que su hija debía de huir para salvarse. “Hicieron todo lo posible y lo imposible para sacarme de ahí”, recuerda.
Cuando Katherynne llegó a México, no sabía que existía la ayuda humanitaria. Ella arribó al país con un único objetivo: salvar su vida. Se acercó al Instituto Nacional de Migración y después conoció gente de la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, que la acompañó y ayudó durante el proceso para conseguir la residencia e integrarse a la sociedad que le dio la bienvenida.
Finalmente, logró asentarse en Tijuana, donde tuvo que adaptarse a una ciudad muy distinta a su lugar de origen. “Aquí las distancias son muy largas y estar sola no es nada fácil”.
Con el tiempo logró continuar con sus estudios e ingresó a la universidad del estado, lo que ha significado un cambio de rumbo para la vida de Katherynne: “Ahora yo estudio en la UABC, que es la Universidad Autónoma de Baja California, y es increíble, yo amo mucho mi universidad”, cuenta con gusto y orgullo.
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